Tras la intensidad de las aguas, me dejo mecer por las huellas que visten mi Ser.
Me reconozco en ellas cuando recuerdo que mis manos suaves tienen la capacidad de acariciar y amar.
Percibo las formas, cambiantes, sutiles, armónicas dentro de mi caos.
Las recorro como se recorren los besos, y me arrodillo ante la belleza que tiene ese instante.
El único instante. Éste que en silencio, me invita a posarme sobre mis dunas olvidadas.
Todo lo vivido. La perfecta imperfección de las cosas.
Los minúsculos granos de arena que forman el mapa de mis montañas. Todos los pasos que ahogo, las flores que no me regalé. Mis sueños antes de recordar que estaba dormida.
Mis despertares cuando las olas me empujaron al Sol.
La vida tiende a que yo crezca. Siempre. No hay escapatoria.
Venimos muchas lunas atrás experimentando los cambios de nuestras mareas, creyendo que son las cosas que nos ocurren lo que hacen que yo pueda o no vivir en plenitud.
A veces pienso que ponemos tanta responsabilidad fuera de nosotras, que es un milagro que sigamos vivas.
El océano nos ofrece motivos, y son las respuestas que yo doy, el cómo me vivo las olas, la quietud, la tormenta o el remolino, lo que me coloca en Mí, a Vivir en mi Ser.
Fotografía preciosa de unevisual.com en el paraíso natural de Boca do Rio, en Carnota, donde la vida sucede.
Donde el mar llega y después se recoge.